La inspiración llega en los momentos más inoportunos

Hace ya un tiempo, después de aparcar el coche en el garaje, me dirigí al ascensor y empecé a tararear una musiquilla que no me sonaba de nada. Mientras esperaba al ascensor, me inventé una especie de estrofa y la empecé a cantar:
Se me mojan los labios de sólo pensar que voy a estar contigo
Me crepita el alma de sólo pensar que vas a ser mi abrigo
Ven, acércate, escucha lo que te digo
No puedo pasar otro día sin ser más que un amigo.
El caso es que no es que fuera muy buena, pero me jode mucho cuando se me ocurren cosas y no puedo apuntarlas en algún sitio, así que seguí cantándola mientras subía a casa, para llegar arriba y apuntar "mi obra". Mientras subía no hacían más que ocurrírseme estrofas nuevas, pero no quería llegar y no acordarme de de nada, así que las rechazaba y volvía a la primera, la original, la que salió de repente, la que no intenté inventarme de manera artificial. Al final, llegué a mi habitación, lo escribí, lo pasé al ordenador y no me gustó mucho: sin música no tenía tanta gracia y, ésta, yo no sé escribirla.

Volviendo a eso inventar artificialmente, lo que quiero decir es que, de vez en cuando, me siento frente a un papel o un ordenador y me propongo escribir algo pero nunca o casi nunca sale nada que merezca la pena. Sin embargo, cuando estaba estudiando, se me ocurrían mil cosas, igual que cuando no tengo donde escribirlo, o cuando estaba en clase. Lo que yo digo, que la inspiración llega en los momentos más inoportunos.

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