Microrrelatos (III)


Esta vez, más que un microrrelato, es otro de los principios de historia más o menos larga que tengo a medias. Eso sí, muchos de éstos principios casi parecen pequeños relatos en sí mismos y son curiosos, así que seguiré poniendo más, aunque sólo sea para que me los relea y conozca un poco más mi yo pasado. El que toca hoy, que creo que se llamaba o se iba a llamar "Desastre animal", me parece que es más reciente que los últimos que he puesto. A por él:
Nada de aquello tenía porqué haber pasado y, aún así, sentía como si no me importara nada, como si ni siquiera hubiera sido suficiente.
Me levanté de la cama y encendí un cigarro con la lámpara. La noche había sido larga se había fundido con el día y los mecheros con él. La marca negra en la bombilla decía déjalo, pero el dolor en mi pecho aconsejaba, contra toda la lógica, el abandonarse a los placeres más estúpidos. De camino al baño me la sujetaba para no tener que echar la ropa a la lavadora. Dejé el cigarro en la pila y apoyé la mano derecha en la pared mientras miraba hacia abajo y limpiaba a presión restos de algo que no sabía bien qué era.
El teléfono empezó a sonar demasiado alto y cogí sólo para que dejara de sonar.
- ¿Sí?
- Buenos días. Qué, ¿resaca? - era una mujer, pero no la conocía.
- ¿Quién coño...?
- Ya veo que sí. No importa, te llamaba para que no te olvidaras de habíamos quedado, porque, te habías olvidado, ¿verdad? - iba a decir que estaba cada vez más confuso, pero más o menos estaba igual que cuando me había despertado.
- Pero qué...
- Pues eso, te espero en una hora.
Una hora. Eso no es tiempo suficiente para llegar a ser una persona, pero tampoco importaba, porque no sabía donde tenía que ir, así que simplemente iba a quedarme tirado en la cama viendo alguna película que no me exigiera demasiado.
Por alguna razón, creo que por curiosidad, miré en las notas del móvil. Siempre apunto ahí cosas para que no se me olviden. En la última había una dirección y una hora, así que me metí en la ducha, me apliqué una medicina sin igual y me vestí con lo primero que vi. No quería ponerme nada especial porque me imaginaba que me mandaría a paseo en breve y era una tontería ensuciar más ropa con el alcohol que transpiraba a litros. Me puse los cascos (no puedo andar por la calle solo sin música, me aburren los sonidos de la calle), cerré la puerta y me marché.
Cuando llevaba esperando 10 minutos y la llamada se había convertido ya en una broma sin gracia, volví a mirar la nota, para ver si estaba en el lugar correcto. Como lo estaba, miré a mi alrededor y y me dispuse a irme. En ese momento alguien se acercó a mí mientras aprovechaba una esquina para encender un cigarro aunque el viento no era el problema.
- ¿Quieres fuego? - sin duda era la mujer con la había conversado antes, aunque quizás lo de conversar sea demasiado benévolo.
- Eh, sí, gracias. - ante todo, amabilidad. Mi madre me enseñó bien eso, bueno y también a coger todo lo que sea gratis.
- ¿Qué pasa, no te acuerdas de mí? - no sé si lo preguntó por mi cara o porque la miraba esperando algo en vez de hacerlo yo.
- Pues, lo siento, pero no, no me acuerdo. - quizás la verdad me llevara esta vez a casa y a una deliciosa tarde perdida.
- Bueno, no importa mucho, pero podrías haberte puesto algo más elegante – dijo señalando con acertado desprecio mi ropa -, ya te dije que ésto era importante.
- Perdona, lo siento otra vez, pero ¿de qué hablas? ¿Qué es importante?
- La reunión, tonto. En fin, vamos, el coche está esperando en aquella esquina.
Me agarró de la muñeca y me llevó hacia una limusina que había aparcada cerca mientras daba otra calada. Podría haberla detenido y haber exigido más pero supongo que sí soy demasiado amable, es decir, idiota.
Un hombre abrió la puerta de atrás y nos invitó a subir.
- Las damas primero.
Ella me sonrió. Su boca era preciosa. Quiero decir, puede que no fuera todo natural pero, a decir verdad, aprecio cuando se hacen bien las cosas.
Nunca había estado dentro de una limusina, que yo recuerde y me impresionó el espacio.
- Perdona, yo...
- ¿Sí?
- ¿Te importa si me pongo ahí? - dije señalando el asiento donde ella se había sentado.
- ¿Por qué?
- Es que yendo hacia atrás me mareo y, sinceramente, no estoy en posición de aguantar ahora mismo. No he desayudado y ayer...
- No. - mientras la palabras salía de su boca, su sonrisa se desvanecía.
Por la misma puerta que yo, entró un hombre mayor. A decir verdad, parecía muy mayor pero, al mismo tiempo, daba la sensación de que no iba a morir nunca.
- Vamos, querida, cambiale el asiento.
- Pero...
- No nos gusta ser maleducados con nuestros invitados. - empequeñeció como un trozo de plástico quemándose. La verdad es que aquello también olía mal.
Se levantó y cambió el sitio conmigo. Ella se sentó más a la izquierda, en frente, y el hombre se puso delante mío. Después, golpeó un par de veces el cristal que nos separaba del conductor y el coche arrancó.

3 comentarios:

  1. Yo quiero leer el capítulo 2. Gracias por adelantado.

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  2. Jooo, ¿tú crees que debería de continuar algo que empecé hace mucho tiempo? Ni siquiera sé por dónde quería ir... Mmmm, no sería mal ejercicio. Igual me animo. Gracias a ti.

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  3. Eso te pasa por no haber seguido cuando tenías la vena inspiradora... De todas maneras viviendo en una isla desierta seguro que algún ratillo tendrás, no? ¿cómo lo llevas por allí? Un beso!

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